La niña María
¡qué gracia en su vuelo!,
paloma del cielo,
al templo subía
y a Dios ofrecía el más puro don:
Sagrario y mansión por él
consagrada
y a él reservada es su corazón.
¡Oh blanca azucena!,
la Sabiduría
su trono te hacía,
dorada patena,
de la gracia llena,
llena de hermosura.
Tu luz, Virgen pura,
niña inmaculada,
rasgue en alborada
nuestra noche oscura.
Tu presentación,
princesa María,
de paz y alegría
llena el corazón.
De Dios posesión
y casa habitada,
eres la morada
de la Trinidad.
A su Majestad
la gloria sea dada.
Amén
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