MARTES DE LA SEMANA IV
Del Común de vírgenes. Salterio IV
5 de febrero
SANTA ÁGUEDA, virgen y mártir. (MEMORIA).
Sufrió el martirio en Catania (Sicilia), probablemente en la persecución de Decio. Ya desde la antigüedad se propagó su culto por toda la Iglesia y se introdujo su nombre
en el Canon romano.
OFICIO DE LECTURA
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Cordero,
al Esposo acompañado por el cortejo de vírgenes.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya
alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén. Aleluya.
OFICIO DE LECTURA
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Cordero,
al Esposo acompañado por el cortejo de vírgenes.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya
alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén. Aleluya.
Himno:
ESTA MUJER NO QUISO
Esta mujer no quiso
tomar varón ni darle su ternura,
selló su compromiso
con otro amor que dura
sobre el amor de toda criatura.
Y tanto se apresura
a zaga de la huella del Amado,
que en él se transfigura,
y el cuerpo anonadado
ya está por el amor resucitado.
Aquí la Iglesia canta
la condición futura de la historia,
y el cuerpo se adelanta
en esta humilde gloria
a la consumación de su victoria.
Mirad los regocijos
de la que por estéril sollozaba
y se llenó de hijos,
porque el Señor miraba
la pequeñez humilde de su esclava. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Mi grito, Señor, llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro.
Salmo 101 I
DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO
Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.
Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.
Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.
En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Mi grito, Señor, llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro.
Ant. 2. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.
Salmo 101 II
Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.
Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas:
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor:
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte,
para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.
Ant. 3. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo
es obra de tus manos.
Salmo 101 III
El agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;
y yo dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días.»
Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo
es obra de tus manos.
V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.
R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Romanos 13, 1-14
CONSEJOS DIVERSOS
Hermanos: Todos debéis vivir sometidos a las autoridades públicas; que no hay autoridad que no venga de Dios; y las que existen han sido ordenadas por Dios. Por consiguiente: Quien se rebela contra la autoridad resiste a la ordenación de Dios; y los que la resisten recibirán condena.
Los magistrados no son de temer, cuando se ejecuta una buena acción, sino cuando se hace una mala. ¿Quieres vivir sin temor a la autoridad? Haz el bien, y serás elogiado por ella; porque es ministro de Dios para ti en orden al bien. Pero, si haces el mal, teme; que no en vano lleva la espada. Es ministro de Dios para la ejecución de la cólera vengadora de Dios contra el malhechor. Por lo cual, es preciso que viváis sometidos, no sólo por temor al castigo, sino por deber de conciencia.
Y, por este motivo, pagadles también el tributo, que son funcionarios de Dios, ocupados asiduamente en su obligación. Pagad a todos lo que debéis: a quien tributo, tributo; a quien impuesto, impuesto; temor, a quien debáis temor; y honor, a quien debáis honor.
No tengáis deuda con nadie, a no ser en amaros los unos a los otros. Porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley. En efecto: el «no adulterarás», el «no matarás», el «no robarás», el «no codiciarás» y los demás mandamientos, cualesquiera que ellos sean, se resumen en estas palabras: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» La caridad no hace nada malo al prójimo. Así que amar es cumplir la ley entera.
Y, sobre todo, ya sabéis en qué tiempos vivimos. Porque ya es hora que despertéis del sueño, pues la salud está ahora más cerca que cuando abrazamos la fe. La noche va pasando, el día está encima; desnudémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos de las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. No andemos en comilonas y borracheras, ni en deshonestidad ni lujuria, ni en riñas ni envidias; sino revestíos de Jesucristo, el Señor; y no os preocupéis de satisfacer las pasiones de esta vida mortal.
RESPONSORIO Rm 13, 8; Ga 5, 14R.
No tengáis deuda con nadie, a no ser en amaros los unos a los otros; porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley.
V. Pues toda la ley se concentra en esta frase: amarás al prójimo como a ti mismo.
R. Porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley.
SEGUNDA LECTURA
De la Disertación de san Metodio de Sicilia, obispo,
sobre santa Águeda
(Analecta Bollandiana 68, 76-78)
SU BONDAD PROVENÍA DEL MISMO DIOS,
FUENTE DE TODO BIENNos ha reunido en este lugar, como ya sabéis vosotros, los que me escucháis, la celebración del aniversario de una santa mártir; su combate por la fe, tan conocido y venerado, es algo que históricamente pertenece al pasado, pero que, en cierto modo, se nos hace actual a través de los divinos milagros que un día tras otro van formando
su corona y su ornato.
Es virgen porque nació del Verbo inmortal de Dios, Hijo invisible del Padre (este Hijo que también por mí experimentó la muerte en su carne), según aquellas palabras del evangelista Juan: A cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser hijos de Dios.
Esta mujer virgen, la que hoyos ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial
que emplea el apóstol Pablo.
Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado,
como si la tuviera presente ante sus ojos.
De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en si la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también
la blancura resplandeciente de su virginidad.
Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.
En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad, sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.
Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es solo Dios.
ESTA MUJER NO QUISO
Esta mujer no quiso
tomar varón ni darle su ternura,
selló su compromiso
con otro amor que dura
sobre el amor de toda criatura.
Y tanto se apresura
a zaga de la huella del Amado,
que en él se transfigura,
y el cuerpo anonadado
ya está por el amor resucitado.
Aquí la Iglesia canta
la condición futura de la historia,
y el cuerpo se adelanta
en esta humilde gloria
a la consumación de su victoria.
Mirad los regocijos
de la que por estéril sollozaba
y se llenó de hijos,
porque el Señor miraba
la pequeñez humilde de su esclava. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Mi grito, Señor, llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro.
Salmo 101 I
DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO
Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.
Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.
Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.
En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Mi grito, Señor, llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro.
Ant. 2. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.
Salmo 101 II
Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.
Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas:
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor:
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte,
para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.
Ant. 3. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo
es obra de tus manos.
Salmo 101 III
El agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;
y yo dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días.»
Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo
es obra de tus manos.
V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.
R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Romanos 13, 1-14
CONSEJOS DIVERSOS
Hermanos: Todos debéis vivir sometidos a las autoridades públicas; que no hay autoridad que no venga de Dios; y las que existen han sido ordenadas por Dios. Por consiguiente: Quien se rebela contra la autoridad resiste a la ordenación de Dios; y los que la resisten recibirán condena.
Los magistrados no son de temer, cuando se ejecuta una buena acción, sino cuando se hace una mala. ¿Quieres vivir sin temor a la autoridad? Haz el bien, y serás elogiado por ella; porque es ministro de Dios para ti en orden al bien. Pero, si haces el mal, teme; que no en vano lleva la espada. Es ministro de Dios para la ejecución de la cólera vengadora de Dios contra el malhechor. Por lo cual, es preciso que viváis sometidos, no sólo por temor al castigo, sino por deber de conciencia.
Y, por este motivo, pagadles también el tributo, que son funcionarios de Dios, ocupados asiduamente en su obligación. Pagad a todos lo que debéis: a quien tributo, tributo; a quien impuesto, impuesto; temor, a quien debáis temor; y honor, a quien debáis honor.
No tengáis deuda con nadie, a no ser en amaros los unos a los otros. Porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley. En efecto: el «no adulterarás», el «no matarás», el «no robarás», el «no codiciarás» y los demás mandamientos, cualesquiera que ellos sean, se resumen en estas palabras: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» La caridad no hace nada malo al prójimo. Así que amar es cumplir la ley entera.
Y, sobre todo, ya sabéis en qué tiempos vivimos. Porque ya es hora que despertéis del sueño, pues la salud está ahora más cerca que cuando abrazamos la fe. La noche va pasando, el día está encima; desnudémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos de las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. No andemos en comilonas y borracheras, ni en deshonestidad ni lujuria, ni en riñas ni envidias; sino revestíos de Jesucristo, el Señor; y no os preocupéis de satisfacer las pasiones de esta vida mortal.
RESPONSORIO Rm 13, 8; Ga 5, 14R.
No tengáis deuda con nadie, a no ser en amaros los unos a los otros; porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley.
V. Pues toda la ley se concentra en esta frase: amarás al prójimo como a ti mismo.
R. Porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley.
SEGUNDA LECTURA
De la Disertación de san Metodio de Sicilia, obispo,
sobre santa Águeda
(Analecta Bollandiana 68, 76-78)
SU BONDAD PROVENÍA DEL MISMO DIOS,
FUENTE DE TODO BIENNos ha reunido en este lugar, como ya sabéis vosotros, los que me escucháis, la celebración del aniversario de una santa mártir; su combate por la fe, tan conocido y venerado, es algo que históricamente pertenece al pasado, pero que, en cierto modo, se nos hace actual a través de los divinos milagros que un día tras otro van formando
su corona y su ornato.
Es virgen porque nació del Verbo inmortal de Dios, Hijo invisible del Padre (este Hijo que también por mí experimentó la muerte en su carne), según aquellas palabras del evangelista Juan: A cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser hijos de Dios.
Esta mujer virgen, la que hoyos ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial
que emplea el apóstol Pablo.
Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado,
como si la tuviera presente ante sus ojos.
De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en si la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también
la blancura resplandeciente de su virginidad.
Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.
En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad, sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.
Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es solo Dios.
RESPONSORIO
R. Con la ayuda del Señor, le seré siempre fiel, cantando sus alabanzas; él me ha salvado y me ha dado la paz.
V. El Señor ha conservado a su sierva libre de toda mancha y me ha unido a él, movido por su misericordia.
R. Él me ha salvado y me ha dado la paz.
ORACIÓN.
OREMOS,
Que nos alcancen tu perdón, Señor, las súplicas de santa Águeda, ella que tanto te agradó por el resplandor de su virginidad y por la fortaleza de su martirio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
V. El Señor ha conservado a su sierva libre de toda mancha y me ha unido a él, movido por su misericordia.
R. Él me ha salvado y me ha dado la paz.
ORACIÓN.
OREMOS,
Que nos alcancen tu perdón, Señor, las súplicas de santa Águeda, ella que tanto te agradó por el resplandor de su virginidad y por la fortaleza de su martirio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
R. Demos gracias a Dios.