Homilía
del Sr. Arzobispo en la Misa Crismal (2009)
Permanecer
en la unción
El
Salmo 88 que recién hemos rezado nos habla del “para siempre” de la unción:
“Ungí a David mi servidor con el óleo sagrado, para que mi mano esté siempre
con él”. La unción del Señor es “fidelidad y amor que nos acompañan” a lo largo
de nuestra vida sacerdotal. Quizá sea San Juan quien mejor expresa este
carácter permanente de la unción: “La unción que recibieron de Él permanece en
ustedes y no necesitan que nadie les enseñe”(i Jn 2, 27).
La
unción permanece en nosotros, nos imprime carácter; se trata de que nosotros
permanezcamos en ella: “Ya que esa unción los instruye en todo y ella es
verdadera y no miente, permanezcan en Él, como ella les enseña”.Permanecer en
la unción., que nos enseña interiormente cómo permanecer en la amistad con
Jesús.
Nos
hará bien preguntarnos: ¿Qué nos ayuda a permanecer en la unción? ¿Cómo
experimentar su alegría, comosentir que nos fortalece, haciendo suave y
llevadera la Cruz, cómo vivirla como escudo ante las tentaciones y como bálsamo
en las heridas? ¿Qué nos ayuda a no depotenciarla, a no perder la sal, a
mantener ardiente el fervor.? ¿Cómo evitar engrosar la lista de aquellos que
terminaron mal y no permanecieron en la unción: Saúl, Esaú, Salomón.? A modo de
respuesta, un poco antes, en la misma carta, Juan da la clave: “El que dice que
permanece en Él, debe andar como Él” (1 Jn 2, 6).
Permanecer
en la unción entonces no significa poner cara de estampita ni mantener una
postura estática; significa “andar” y el andar del que habla Juan (periepatesen) es el de todos los
paralíticos curados del evangelio, que se levantaban de un salto y andaban con
su camilla a cuestas y seguían al Señor; es el andar de Pedro hacia Jesús,
caminando sobre las aguas, símbolo del hombre que camina en la fe, que
“abandona toda seguridad y avanza al encuentro de lo que sólo se alcanza por la
gracia” (von Balthasar). Así es: para permanecer en la unción hay quecaminar,
hay que salir y andar como Cristo anduvo.
La
unción del Espíritu permaneció sobre el Señor que “pasó haciendo el bien”,
derramando la misericordia del Padre sobre todos los que lo necesitaban en cada
ocasión, hasta consumar su Pascua y el Éxodo de sí en la apertura total de su
Corazón traspasado en la Cruz. Y permanecer en la unción es pasar haciendo el
bien; un bien que no es una posesión constatable sino que se difunde como el
perfume de nardo puro con el que María ungió al Señor. Esto es lo que irritó a
Judas, que había perdido la unción y ya no podía gozar de la fragancia que
perfumaba toda la casa. La intangibilidad de la unción del Espíritu suele
reemplazarse, cuando se la pierde, con la tangibilidad contante y sonante del
dinero. Pensemos en la autoreferencialidad contable de tantas personas e
instituciones de Iglesia. ¿Qué tal su permanencia en la unción? Cuando, en el
desierto, el pueblo se cansó de la unción, se fabricó un becerro de oro (Ex.
32: 1-6)
La
permanencia en la unción se define en el caminar y en el hacer. Un hacer que no
sólo son hechos sino unestilo que busca y desea poder participar del estilo de
Jesús. El “hacerse todo a todos para ganar a algunos para Cristo” va por este
lado. Como ungidos se trata de participar de esa unción, la que le da el latir
manso y humilde al Corazón del Señor; participar de esa unción que lo llena de
gozo cuando ve cómo el Padre lo hace todo bien y le revela sus cosas a los
pequeños; participar de esa unción que cubre todo su Cuerpo en la pasión
haciendo que sus llagas, untadas con el remedio de la caridad, se conviertan en
llagas sanadoras; participar de esa unción con el óleo de la alegría de la
resurrección, que se trasunta en el oficio de consolar a los amigos.
Pero
es precisamente en el modo de anunciar y de defender la verdad donde mejor
podemos contemplar el estilo del Ungido y su modo de proceder. Aquí resalta
sobremanera la paciencia que el Señor tenía para enseñar. La paciencia con la
gente (los evangelistas nos hacen notar cómo Jesús se pasaba horas enseñando y
charlando con la gente, aunque estuviera cansado); y la paciencia con los
discípulos (cómo les explicaba las parábolas cuando se quedaban a solas, con
cuánto buen humor les hacía confesar que habían estado charlando acerca de
quién era el más importante., cómo los fue preparando para su cruz y para que
lo supieran reconocer luego en la increíble alegría de la resurrección). La
imagen más linda, quizá, de esta unción para enseñar es la del Peregrino de
Emaús. Ellos le hablan y le hablan y Él los escucha pacientemente mientras los
va haciendo sentir y gustar internamente lo bueno que es andar en su compañía,
de modo tal que cuando hace ademán de seguir de largo sienten que no quieren
que se vaya y les nace invitarlo a pasar. Entonces “se le abren los ojos” y lo
reconocen al partir el pan. ¡La unción con que el Señor partía el pan y se lo
daba! Es la unción al celebrar la Eucaristía que quedó grabada en la memoria de
la Iglesia y de la cual cada uno de nosotros, sacerdotes, participamos. En la
fórmula común de la Iglesia cada uno pone lo más especial de su corazón al
consagrar, y suele ser gracia participada de algún otro sacerdote que le hizo
sentir la unción del Señor. Permanecer en la unción, permanecer en la escucha
de la Palabra como quien comparte el pan.
Dejemos
de lado, por el momento, la agudeza y la chispa del Señor para sacar enseñanza
de todo lo cotidiano y también en la elaboración magistral de las parábolas,
que son a prueba de ilustrados, y contemplemos cómo se manifiesta la unción del
Señor para combatir el error y las insidias de sus enemigos. Nunca se fue de
boca el Señor. Y eso que tenía capacidad y motivos para ser irónico, o para
mostrarse despechado o ser mordaz. Su no dialogar con el demonio (porque con el
demonio no se debe dialogar), su dominio de la lengua con los escribas y
fariseos, su silencio ante los poderosos, su no desquitarse con los débiles que
se contagiaban y hacían leña del árbol caído. nos hablan de este modo de
proceder del Ungido del cual se nos invita a participar. Toda esta parte,
“negativa”, si se quiere, de dominio de sí, es la contracara necesaria de esa
palabra buena que sembraba hondo en el corazón de los humildes. El Ungido a
quien seguimos no se impone con arranques prepotentes ni maltrato a los fieles.
El que es la Palabra unge penetrando mansamente en el interior del que tiene
buena voluntad y blindando el corazón para que ninguna palabra pueda ser mal
usada por el enemigo.
Hoy
día, quizá más que nunca, necesitamos esta gracia de la unción de la Palabra.
Necesitamos escuchar palabras ungidas que nos permitan interiorizar la verdad
de manera tal que no tengamos temor a perder libertad por obedecer palabras del
Señor o de la Iglesia: la palabra ungida nos enseña desde adentro. Necesitamos
también escuchar palabras ungidas que nos tornen alérgicos a toda mala palabra,
esas que dejan mal gusto en la boca y agrian el corazón. Nuestro pueblo fiel
necesita que le prediquemos palabras ungidas, que le lleguen al corazón y se lo
hagan arder como las palabras del Señor hicieron arder el corazón de los
discípulos de Emaús, palabras ungidas que le defiendan el corazón para que no
lo penetre tanta mala palabra, tanto chisme y chabacanería, tanta mentira y
tanta palabra interesada. Estos modos de hablar, que hoy se escuchan por todos
lados y todo el tiempo son los que atacan y muchas veces hacen perder la
unción.
Ungidos
en el Ungido miremos hoy a nuestra Madre y pidámosle que cuide la unción en
nuestro corazón.
Y que
la cuide también en nuestra mirada y en nuestras manos. Que con ese modo suyo
de proceder, tan de su Hijo, modo de proceder que ella primero le inculcó y
luego, como discípula, aprendió de Él, nos hable la verdad y lo haga -como
buena macabea- en aquel lenguaje materno (cfr. 2 Mac. 7:21,27) que nos lleva
irresistiblemente a permanecer en Jesús. Que su bondad nos ayude a comprender
que la unción no se manifiesta en una pose hierática y artificiosa en nuestro
modo de ser, sino en el andar como Él anduvo; nos ayude a guardar la palabra
con unción y con unción miremos y trabajemos. Y de manera especial le pedimos
que no salga de nuestra boca palabra que no sea edificante sino que, guardando
y rumiando las cosas de su Hijo en nuestro corazón, nos broten palabras que
alegren al Santo Pueblo fiel de Dios, según los pasos del Ungido que vino para
anunciarle la Buena Nueva.