San Charbel Makhlouf (1828-1898 )
Patrón de cuantos sufren en cuerpo y alma.
Día: 23 de Julio
Patronazgo: Gran intercesor para encontrar trabajo y también
para recuperar la salud.
Su cuerpo permaneció incorrupto desde el día de su muerte,
el 24 de Diciembre de 1898 hasta que el Papa Pablo VI lo canoniza en el
Vaticano el 9 de octubre de 1977.
Su devoción se ha extendido en el Líbano, pero también ha
cruzado las fronteras a América y en especial en México donde se lo venera con
fuerte devoción.
San Charbel Makhluf es un santo católico maronita libanés
del siglo XIX que ha dejado atónitos a los sabios, porque de su cuerpo
incorrupto salió líquido sanguinolento que era inexplicable desde todo punto de
vista científico. Si su cuerpo vivo tenía cinco litros de sangre y, después de
muerto, exudaba un mínimo de un litro de líquido por año, lo que darían 67
litros en 67 años, ¿de dónde salía ese líquido misterioso con el que se
producían milagros maravillosos?
Después de muerto parecía un santo vivo, pues ni se le caía
el pelo ni las uñas y su cuerpo mantenía su flexibilidad natural.
San Charbel vivió como un religioso de la Orden maronita (de
san Marón) en el convento de Annaya durante 16 años y los últimos 23 años como
ermitaño en una ermita cercana.
Fue un hombre dado continuamente a la oración ante el
Santísimo Sacramento. Vivía intensamente la misa de cada día y llevaba una vida
de continua penitencia, trabajando en los campos del convento en silencio para
ganarse el pan. Su vida fue: oración, penitencia y trabajo. Después de muerto,
miles y miles de devotos llegan a visitar su tumba, donde Dios sigue haciendo
milagros.
San Charbel es un santo popular en el Líbano, pero es un
santo de todos y para todos, pues es nuestro hermano que nos espera en el cielo
y cuya vida nos estimula a vivir en la tierra de cara a la eternidad.
Nació el 8 de Mayo de 1828 en Beqaa-Kafra, el lugar habitado
más alto del Líbano, cercano a los famosos Cedros, el joven Yusef Antón Makhluf
creció con el ejemplo de dos de sus tíos, ambos ermitaños. A la edad de
veintitrés años, dejó su casa en secreto y entró al monasterio de Nuestra
Señora de Mayfuq, tomando el nombre de un mártir Sirio, Charbel, al ser
admitido. Ordenado sacerdote en 1859, fijó como su residencia el monasterio de
San Marón en Annaya.
El Padre Charbel vivió en esta comunidad por quince años, y
fue un monje modelo en el sentido estricto de la palabra: se recuerda que,
aunque se regocijaba al poder ayudar y asistir a su vecino, siempre fue un
deseo dejar su monasterio. Disfrutaba pasar su tiempo cantando el oficio en el
coro, trabajando en los campos y gozaba de la lectura espiritual, así que nadie
se sorprendió cuando eventualmente él pidió, y recibió el permiso para ir a
vivir la vida de un ermitaño. Mientras que los monjes Maronitas son
generalmente comprometidos con el trabajo parroquial y pastoral, la provisión se
hace siempre a aquellas almas elegidas que sienten el llamado a la vida
ermitaña para impulsar su vocación, generalmente en grupos de dos o tres.
Así comenzó para el Nuevo ermitaño esa vida sagrada que ha
sido inalterada desde los días de los Padres en el desierto: ayuno perpetuo,
con abstinencia de carne, frutas y vino, trabajos manuales santificados por la
oración, un lecho compuesto de hojas y cubiertos con piel de cabra como cama y
un pedazo de madero colocado en el lugar habitual de una almohada, con la
interdicción de dejar la ermita sin permiso expreso. San Charbel se puso bajo
la obediencia de otro ermitaño, y pasó veintitrés años así, sus diversas
austeridades parecían sólo incrementar la robustez de su salud. La única
perturbación a su oración venía en la forma de la siempre creciente ola de
visitantes atraídos por su reputación de santidad que buscaban consejo, la
promesa de oración o algún milagro.
Entonces una mañana, a mediados de Diciembre de 1898, se
enfermó sin previo aviso, justo antes de la consagración mientras celebraba una
Misa. Sus compañeros le ayudaron a llegar su celda, la cual nunca volvió a
dejar. La parálisis gradualmente se apoderó de él. La noche de Navidad murió,
repitiendo la oración que no había podido terminar en el altar: “Padre de
Verdad, tu hijo amado, que hace un increíble sacrificio por nosotros. Acepta
esta ofrenda: Él murió para que yo pudiera vivir. Toma esta ofrenda!
Acéptala.....” Estas palabras resumieron una vida de setenta años.
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