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JUAN PABLO II: LA IGLESIA ANTE EL SIDA

| domingo, 24 de marzo de 2013




La Iglesia ante el SIDA

Por S.S. Juan Pablo II

 

Doble desafío

Las estadísticas atestiguan que la juventud es la que está más afectada por el SIDA. La amenaza que se cierne sobre las jóvenes generaciones debe llamar la atención y comprometer el esfuerzo de todos, pues, humanamente hablando, el futuro del mundo está fundado en los jóvenes y la experiencia enseña que el único modo de prever es el de prepararlo.

La amenazadora difusión del SIDA lanza a todos un doble desafío, que también la Iglesia quiere recoger en la parte que le compete: me refiero a la prevención de la enfermedad y a la asistencia prestada a quienes han quedado afectados por ella. Una acción realmente eficaz en estos dos campos no podrá llevarse a cabo si no se intenta sostener el esfuerzo común con la aportación que deriva de una visión constructiva de la dignidad de la persona humana y de su destino trascendente.

Las particulares características de la aparición y difusión del SIDA así cómo la forma de afrontar la lucha contra esta enfermedad, revelan una preocupante crisis de valores. No se está lejos de la verdad si se afirma que paralelamente a la difusión del SIDA, se ha venido manifestando una especie de inmunodeficiencia en el plano de los valores existenciales, que no puede menos de reconocerse como una verdadera patología del espíritu.

Dos objetivos: informar y educar

Por consiguiente, es preciso en primer lugar reafirmar con firmeza que la obra de prevención, para ser al mismo tiempo digna de la persona humana y verdaderamente eficaz, debe proponerse dos objetivos: informar y educar para la madurez responsable.

Ante todo es necesario que la información impartida en las sedes idóneas sea correcta y completa, más allá de miedos infundados pero también de falsas esperanzas. La dignidad personal del hombre exige, además, que se le ayude a crecer hacia la madurez afectiva mediante una específica acción educativa.

Sólo con una información y una educación que ayuden a encontrar con claridad y con alegría el valor espiritual del "amor que se dona" como sentido fundamental de la existencia, es posible que los adolescentes y los jóvenes tengan la fuerza necesaria para superar los comportamientos peligrosos. La educación para vivir de modo sereno y serio la propia sexualidad y la preparación para el amor responsable y fiel son aspectos esenciales de este camino hacia la plena madurez personal. En cambio, una prevención que naciese, con inspiración egoísta, de consideraciones incompatibles con los valores prioritarios de la vida y del amor, acabaría por ser, además de ilícita, contradictoria, rodeando sólo el problema sin resolverlo en su raíz.

Por ello la Iglesia, segura intérprete de la ley de Dios y "experta en humanidad", se empeña no sólo en pronunciar una serie de "no" a determinados comportamientos, sino sobre todo de proponer un estilo de vida plenamente significativo para la persona. Ella indica con vigor y con gozo un ideal positivo, en cuya perspectiva se comprenden y se aplican las normas morales de conducta. A la luz de este ideal aparece profundamente lesivo de la dignidad de la persona, y por ello moralmente ilícito, propugnar una prevención de la enfermedad del SIDA basada en el recurso a medios y remedios que violan el sentido auténticamente humano de la sexualidad y son un paliativo para aquellos malestares profundos donde se halla comprometida la responsabilidad de los individuos y de la sociedad. La recta razón no debe admitir que la fragilidad de la condición humana, en vez de ser motivo de mayor empeño, se traduzca en pretexto para un aflojamiento que abra el camino a la degradación moral.

Comprensión y solidaridad

En segundo lugar, una prevención constructivamente encaminada a recuperar, sobre todo entre las jóvenes generaciones, el sentido pleno de la vida y la exaltante fascinación de la entrega generosa, seguramente favorecerá un mayor y más amplio empeño en la asistencia a los enfermos de SIDA. Estos, aun en la singularidad de su situación patológica, tienen derecho, como cualquier otro enfermo, a recibir de la comunidad la asistencia idónea, la comprensión respetuosa y una plena solidaridad. La Iglesia que, a ejemplo de su divino Fundador y Maestro, ha considerado siempre la asistencia a quien sufre como parte fundamental de su misión, se siente interpelada en primera persona, en este nuevo campo del sufrimiento humano, por la conciencia que tiene de que el hombre que sufre es un "camino especial" de su magisterio y ministerio.

A los enfermos de SIDA: el consuelo de la Iglesia

Ante todo me dirijo, con afligida solicitud, a los enfermos de SIDA. Hermanos en Cristo, conocéis toda la esperanza del camino de la cruz, no os sintáis solos. Con vosotros está la Iglesia, sacramento de salvación, para sosteneros en vuestro difícil camino. Ella recibe mucho de vuestro sufrimiento, afrontado en la fe; está cerca de vosotros con el consuelo de la solidaridad activa de sus miembros, a fin de que no perdáis nunca la esperanza. No olvidéis la invitación de Jesús: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt. 11,28). Con vosotros están, amadísimos hermanos, hombres de la ciencia, que se afanan por contener y por vencer esta grave enfermedad: con vosotros están cuantos, en el ejercicio de la profesión sanitaria o por elección voluntaria, sostenida por el ideal de la solidaridad humana, se dedican a asistiros con toda solicitud y con todo tipo de medios.

Vosotros podéis ofrecer a cambio algo muy importante a la comunidad de la que formáis parte. El esfuerzo que hacéis para dar una significado a vuestro sufrimiento es para todos un precioso reclamo hacia los valores más altos de la vida y una ayuda tal vez determinante para cuantos sufren la tentación de la desesperación. No os encerréis en vosotros mismos; buscad, más bien, y aceptad el sostén de los hermanos. La oración de la Iglesia se eleva cada día al Señor por vosotros, particularmente por los que viven la enfermedad en el abandono y en la soledad; por los huérfanos, por los más débiles, y por los más pobres, que el Señor nos ha enseñado a considerar los primeros en su Reino.

A la familia: primera escuela de vida
 
Luego, me dirijo a las familias. En el núcleo familiar se halla la primera escuela de vida y de formación de los hijos para la responsabilidad personal en todos sus aspectos, incluido el que está ligado a los problemas de la sexualidad. Vosotros podéis realizar la primera y más eficaz acción preventiva ofreciendo a vuestros hijos una recta información y preparándolos para elegir con responsabilidad los justos comportamientos tanto en el ámbito individual como en el social.

Después, en cuanto a las familias que viven en su interior el drama del SIDA, deseo que sientan dirigida a sí la comprensión que el Papa comparte con ellas, consciente de la difícil misión a que están llamadas. Pido al Señor que les conceda la generosidad necesaria para no renunciar a una tarea que, ante Dios y ante la sociedad, han asumido a su tiempo como irrenunciable. La pérdida del calor familiar provoca en los enfermos de SIDA la disminución e incluso la extinción de aquella inmunología psicológica y espiritual que a veces se revela no menos importante que la física para sostener la capacidad reactiva del sujeto. Sobre todo las familias nacidas en el signo del matrimonio cristiano tienen la misión de ofrecer un fuerte testimonio de fe y de amor, sin abandonar a su ser querido, sino más bien rodeándolo de solícitos cuidados y afectuosa compasión.

A los educadores: idónea y seria formación

A los profesores y a los educadores se dirige mi invitación a que se hagan promotores, en estrecha unión con las familias, de una idónea y seria formación de los adolescentes y de los jóvenes. Procúrese, especialmente en las escuelas católicas, una programación orgánica de la educación sanitaria en la que, armonizando los elementos de la prevención con los valores morales, se prepare a los jóvenes par un correcto estilo de vida, principal garantía para tutelar la propia salud y la de los demás. A vosotros, educadores, se os ha confiado la responsabilidad de orientar a las jóvenes generaciones hacia una auténtica cultura del amor, ofreciendo en vosotros mismos una guía y un ejemplo de fidelidad a los valores ideales que dan sentido a la vida.

A los jóvenes: sed de vida y amor

A los jóvenes de cualquier edad y condición digo: Obrad de modo que vuestra sed de vida y de amor sea sed de una vida digna de vivir y de un amor constructivo. La necesaria prevención contra la amenaza de SIDA no ha de inspirarse en el miedo sino en la elección consciente de un estilo de vida sano, libre y responsable. Huid de comportamientos caracterizados por la disipación, la apatía y el egoísmo. Sed, más bien, protagonistas en la construcción de un orden social justo, sobre el que se apoye el mundo de vuestro futuro. Practicad con generosidad y fuerza de imaginación formas siempre nuevas de solidaridad. Rechazad toda forma de marginación; estad cerca de los menos afortunados, de los que sufren, cultivando la virtud de la amistad y de la comprensión, rechazando toda violencia hacia vosotros mismos y hacia los demás. Vuestra fuerza ha de ser la esperanza y vuestro ideal, la afirmación universal del amor.

A los gobernadores y autoridades: plan global
 
A los gobernadores y a los responsables de la administración pública dirijo una urgente llamada a afrontar con todo empeño los nuevos problemas planteados por la difusión del SIDA. Las dimensiones que ha asumido, y que probablemente asumirá esta enfermedad, así como su estrecha conexión con algunos comportamientos que inciden en las relaciones interpersonales y sociales, exigen que los Estados se hagan cargo --con valor, con claridad de ideas y con iniciativas correctas-- de todas sus responsabilidades. En particular, a las autoridades sanitarias y sociales compete preparar y realizar un plan global de lucha contra el SIDA y la drogadicción; dentro de esta programación deberá ser reconocida, coordinada y sostenida toda justa iniciativa que los individuos, los grupos, las asociaciones y los diversos organismos pongan en marcha para la prevención, la curación y la rehabilitación. Igualmente la lucha contra el SIDA exige la colaboración entre los pueblos: y puesto que la demanda de salud y de vida es común a todos los hombres, ningún cálculo político o económico ha de dividir el esfuerzo de los Estados, llamados juntamente a responder al desafío del SIDA.

A los científicos e investigadores:
respeto de la moralidad
 
A los científicos y a los investigadores, con una felicitación por su encomiable esfuerzo, va mi invitación a incrementar y a coordinar su trabajo, fuente de esperanza para los enfermos de SIDA y para toda la humanidad. Como ya se ha reconocido, "sería ilusorio reivindicar la neutralidad moral de la investigación científica y de sus aplicaciones... A causa de su mismo significado intrínseco, la ciencia y la técnica exigen el respeto incondicionado de los criterios fundamentales de la moralidad: deben estar al servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables y de su bien verdadero e integral según el plan y la voluntad de Dios" (Instrucción Donum Vitae, 2). Hoy faltan aún vacunas y medicamentos que sean totalmente eficaces contra el virus del SIDA; es realmente de desear que la investigación científica y farmacológica pueda alcanzar pronto la suspirada meta. A la puerta de vuestra competencia y sensibilidad, ilustres científicos e investigadores, está tocando una humanidad implorante que espera una respuesta de vida, sobre todo de vuestra colaboración y entrega.

A los médicos y personal sanitario: testimonio de amor

A la espera del descubrimiento resolutivo, invito a los médicos y a todos los agentes sanitarios, empeñados en este delicado sector profesional, a traducir su servicio en testimonio de amor pronto a socorrer. Estáis viviendo individual y colectivamente la parábola del Buen Samaritano. Por lo tanto, vuestra solicitud no ha de conocer discriminación alguna. Sabed recoger, interpretar y valorizar la confianza que tiene en vosotros el hermano enfermo. Buscad siempre, a través de la asistencia, acercaros con discreción y amor a aquella misteriosa pero muy humana esfera psíquica y espiritual de la que puede brotar la energía viva y sanante que ayude al enfermo a descubrir, incluso en su condición, el sentido de la vida y el significado de su sufrimiento.

Y vosotros, agentes sanitarios voluntarios, que cada vez en número mayor dedicáis competencia y disponibilidad a los enfermos de SIDA o estáis empeñados en la obra de educación preventiva, unid y coordinad vuestras fuerzas, actualizar vuestra preparación, haceros promotores, incluso en el exterior, de una acción dirigida a sensibilizar a la comunidad social respecto a los problemas vinculados a la realidad y a la amenaza del SIDA. Sed los portavoces de las ansias, de las necesidades y de las expectativas de aquellos a quienes asistís.

A los sacerdotes y religiosos:
heraldos del Evangelio del sufrimiento

A los hermanos en el sacerdocio, a los religiosos y a las religiosas, y en primer lugar a los que, entre ellos, se dedican a la pastoral sanitaria, se dirige mi más ardiente llamado a fin de que sean heraldos del Evangelio del sufrimiento en el mundo contemporáneo. La historia de la acción pastoral sanitaria de la Iglesia abunda en figuras ejemplares de sacerdotes, de religiosos y religiosas que en la asistencia a los que sufren han exaltado la doctrina y la realidad del amor. Vuestra acción, amadísimos hermanos y hermanas, para ser creíble y eficaz, ha de estar constantemente sostenida por la fe y alimentada por la oración. Vosotros que habéis hecho del seguimiento de Cristo el ideal exclusivo de vuestra vida, sentíos llamados a haceros presencia de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos. Que los enfermos a quienes asistís adviertan en vosotros las cercanía de Jesús, y la vigilante y maternal presencia de la Virgen. Recoged con generosidad el llamamiento de vuestros Pastores, amad y favoreced el servicio a los enfermos, actuad en el signo de la abnegación y del amor, "para no desvirtuar la cruz de Cristo" (1 Co. 1,17). Estad cerca de los últimos y de los más abandonados. Practicad la hospitalidad, promoved y sostened todas las iniciativas que, en el servicio a quien sufre, exaltan la grandeza y la dignidad de la persona humana y de su destino eterno. Sed testigos del amor de la Iglesia por los que sufren y de su predilección por los más probados por el mal.

A todos los fieles: mensajeros de esperanza

Finalmente, invito a todos los fieles a elevar su oración al Señor de la vida para que ayude a la humanidad a sacar provecho incluso de esta nueva y amenazadora calamidad. Quiera Dios Iluminar a los creyentes acerca del verdadero y último "por qué" de la existencia, a fin de que sean siempre y en todas partes mensajeros de la existencia que no muere. Ojalá sepa el hombre de hoy repetir al Señor las palabras de Job: "Sé que eres todo poderoso: ningún proyecto te es irrealizable" (Jb 42,2). Si hoy, frente a la amenaza del flajelo del SIDA, estamos aún en búsqueda del remedio eficaz, confiamos en que, con la ayuda de Dios, triunfará finalmente la vida sobre la muerte y la alegría sobre el sufrimiento. Con este deseo invoco sobre vosotros y sobre cuantos gastan sus energías al servicio de la nobilísima causa las bendiciones del Dios Omnipotente.




NOTA: Este es un resumen de la Alocución de S.S. Juan Pablo II a la IV Conferencia Internacional sobre SIDA "Vivir, ¿para qué?" propiciada por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, celebrada en el Aula del Sínodo del Vaticano el 13, 14 y 15 de noviembre de 1989.


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